7.5.17


De El túnel (III)



«El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla.

La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla de la que, sin embargo, uno puede liberarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a qué?

[...]

A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su propia fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad.»


· Ernesto Sábato.


«La llegada de la carta fue como la salida del sol.
Pero este sol era un sol negro, un sol nocturno.»


· Ernesto Sábato.

6.5.17


De El túnel (II)



«Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo el tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.»

· Ernesto Sábato.


De El túnel (I)



«Siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la humanidad me pareció siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía pintar durante toda una semana el haber observado un rasgo; es increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez y, en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir.»


· Ernesto Sábato.


De Mono y esencia



«El amor ahuyenta al miedo; y recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor. El miedo expulsa también la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad. Lo que queda es la desesperación muda, o estudiadamente jocosa, del que se da cuenta de la obscena Presencia que ocupa el rincón de la estancia, y sabe que la puerta está cerrada y que no hay ventanas. Y ya aquello se le está echando encima. (...) Y en un instante su quieto terror se transforma en un frenesí tan violento como fútil. Ya no es un hombre entre hombres, ya no es un ser racional que habla articuladamente con otros seres racionales; no queda más que un animal lacerado, que chilla y se agita en la trampa. Pues al final el miedo llega a expulsar la humanidad del hombre.»


· Aldous Huxley.