28.11.15

Soledades



Estaba redonda la Luna y estático el círculo negro
del acribillado silencio regido por un palpitante plantel:
el lácteo infinito que cruza como un río blanco a la sombra:
las ubres del cielo esparcieron la extensa sustancia o Andrómeda
y Sirio jugaron dejando sembrado de semen celeste la noche del Sur. 
Fragantes estrellas abiertas volando sin prisa y atadas
a la misteriosa consigna del viaje de los universos,
avispas metálicas, eléctricos números, prismáticas rosas con pétalos de agua o de nieve,
y allí fulgurando y latiendo la noche electrónica desnuda y vestida, poblada y vacía,
llena de naciones y páramos, planetas y un cielo detrás de otro cielo,
allí, incorruptibles brillaban los ojos perdidos del tiempo con los utensilios del orbe,
cocinas con fuego, herraduras que vieron rodar al sombrío caballo, martillos, niveles, espadas,
allí circulaba la noche desnuda a pasar del austral atavío, de sus amarillas alhajas.
¿A quién pertenece mi frente, mis pies o mi examen remoto?
¿De qué me sirvió el albedrío, la ronca advertencia de la voluntad enterrada?
¿Por qué me disputan la tierra y la sombra y a qué materiales que aún no conozco
están destinados mis huesos y la destrucción de mi sangre? 
Y yo, estremecido en el viaje, con el corazón constelado
bajé la cabeza y cerrando los ojos guardé lo que pude,
un negro fragmento del hierro nocturno, un jazmín penetrante del cielo. 
Y aún más misterioso como un nacimiento infinito de abejas
el día prepara sus huevos de oro, sus firmes panales dispone en el útero oscuro del mundo
y en la claridad, sobre el mar despertó la ballena bestial y pintó con un negro pincel
una línea nocturna en la aurora que sale del mar temblorosa
y camina en el laberinto el fermento del tifus que está encarcelado
y salen del baño a la calle los pies simultáneos de Montevideo
o bajan escalas en Valparaíso las ropas azules de la muchedumbre
hacia los mercados y las oficinas, los embarcaderos, farmacias, navío
hacia la razón y la duda, los celos, la tierna rutina de los inocentes:
un día, un quebranto entre dos anchas noches copiosas de estrellas o lluvia,
una quebradura de sol soberano que desencadena explosiones de espigas. 


Pablo Neruda.

1.11.15

Las heridas


Fue la ofensa tal vez del amor escondido y tal vez la incerteza, el dolor vacilante,

el temer a la herida que no solamente tu piel y mi piel traspasara,

sino que llegara a instalar una lágrima ronca en los párpados de la que me amó,

lo cierto es que ya no teníamos ni cielo ni sombra ni rama de rojo ciruelo con fruto y rocío,

y sólo la ira de los callejones que no tienen puertas entraba y salía en mi alma

sin saber dónde ir ni volver sin matar o morir.


Pablo Neruda.