1.11.15

Las heridas


Fue la ofensa tal vez del amor escondido y tal vez la incerteza, el dolor vacilante,

el temer a la herida que no solamente tu piel y mi piel traspasara,

sino que llegara a instalar una lágrima ronca en los párpados de la que me amó,

lo cierto es que ya no teníamos ni cielo ni sombra ni rama de rojo ciruelo con fruto y rocío,

y sólo la ira de los callejones que no tienen puertas entraba y salía en mi alma

sin saber dónde ir ni volver sin matar o morir.


Pablo Neruda.

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