8.10.17


De El arte de amar


«¿Qué le da una persona a otra? Da de sí misma, de lo más precioso que tiene, de su propia vida. Ello no significa necesariamente que sacrifica su vida por la otra, sino que da lo que está vivo en él —da de su alegría, de su interés, de su comprensión, de su conocimiento, de su humor, de su tristeza—, de todas las expresiones y manifestaciones de lo que está vivo en él. Al dar así de su vida, enriquece a la otra persona, realza el sentimiento de vida de la otra al exaltar el suyo propio. No da con el fin de recibir; dar es de por sí una dicha exquisita. Pero, al dar, no puede dejar de llevar a la vida algo en la otra persona, y eso que nace a la vida se refleja a su vez sobre ella; cuando da verdaderamente, no puede dejar de recibir lo que se le da a cambio. Dar implica hacer de la otra persona un dador, y ambas comparten la alegría de lo que han creado. Algo nace en el acto de dar, y las dos personas involucradas se sienten agradecidas a la vida que nace para ambas.»

· Erich Fromm.

29.6.17


«(...) En todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en el que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida.»


· Ernesto Sábato.

8.6.17



«El dorado día no nace para mí. Penumbra perpetua del cuerpo erotizado por su deseo de morir. La lívida luz del amanecer entrando a donde el espejo es el infierno. Mueres de cualquier manera. La luz es puerta sin gracia en el soplo mágico de la noche. Viento, parte inaudita de ti. Si me amas me la darás aunque no vivas, aunque no estés aquí. Aunque mueras habrás más daño que hacerte. Puedes retroceder. Irte a un paraíso más cercano que cualquier alba. Un viento fuerte hecho de imágenes desencontradas. Vende tu luz extraña, tu cerco inverosímil, tu deseo mágico de asaltar desde las nubes faroles extraños. Un buen fuego en el país no visto. Un fuego sin desenlace en el estío vencido por ti. Véndelo luego porque la luz se arrima a imágenes de gloria y candor cercano. La luz, el heroísmo de estos días a venir. Pálida afiebrada. Vences en el deseo de considerar la luz como un excedente de demasiadas cosas demasiado lejanas. Reconócete animal perdido. Véncete en demasiadas cosas demasiado lejanas. Aunque ames o te mueras de simple ir andando hasta encontrar rabia y tranquilos estadios de olvido. Véante mis ojos. Véante mis labios. Véate mi cuerpo. Invade azulmente mi mirada dividida, escindida, prohibida. Invade hasta invadirte. Mida la extensión de mi amor, la de mi odio. En extrañas cosas moras.

Estado peligroso de fatiga, insomnio y palpitaciones cardíacas. Me siento muerta, mejor dicho, un peso muerto, algo enormemente pesado, no mi cuerpo sino esto que se llama yo. Hasta cuando me llaman por mi nombre, hasta cuando dicen Alejandra, me siento caer sin fuerzas para sobrellevar mi nombre y con muchas menos fuerzas, aún, para responder a la llamada. Además respiro muy mal —todo el peso reside en el pecho—. Si todo esto me permitiera escribir y leer no me importaría. Pero ¿qué quiero? Quería un largo espacio sin tiempo y lo tengo. Sólo que yo lo quería en soledad absoluta. Y aquí gasto mis tan escasas fuerzas en ponerme tensa delante de los demás, en sentirme perseguida, hostigada hostilizada. Y pensando —sin duda tengo razones válidas para ello— que ya estoy completamente idiota.»


 · Alejandra Pizarnik.


De El túnel (IV)


«Yo tenía la certeza de que, en ciertas ocasiones, lográbamos comunicarnos, pero en forma tan sutil, tan pasajera, tan tenue, que luego quedaba más desesperadamente solo que antes, con esa imprecisa insatisfacción que experimentamos al querer reconstruir ciertos amores de un sueño. Sé que, de pronto, lográbamos algunos momentos de comunión. Y el estar juntos atenuaba la melancolía que siempre acompaña a esas sensaciones, seguramente causada por la esencial incomunicabilidad de esas fugaces bellezas. Bastaba con que nos miráramos para saber que estábamos pensando o, mejor dicho, sintiendo lo mismo.»

· Ernesto Sábato.

7.5.17


De El túnel (III)



«El suicidio seduce por su facilidad de aniquilación: en un segundo, todo este absurdo universo se derrumba como un gigantesco simulacro, como si la solidez de sus rascacielos, de sus acorazados, de sus tanques, de sus prisiones no fuera más que una fantasmagoría sin más solidez que los rascacielos, acorazados, tanques y prisiones de una pesadilla.

La vida aparece a la luz de este razonamiento como una larga pesadilla de la que, sin embargo, uno puede liberarse con la muerte, que sería, así, una especie de despertar. ¿Pero despertar a qué?

[...]

A pesar de todo, el hombre tiene tanto apego a lo que existe, que prefiere finalmente soportar su imperfección y el dolor que causa su propia fealdad, antes que aniquilar la fantasmagoría con un acto de propia voluntad.»


· Ernesto Sábato.


«La llegada de la carta fue como la salida del sol.
Pero este sol era un sol negro, un sol nocturno.»


· Ernesto Sábato.

6.5.17


De El túnel (II)



«Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase "todo el tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.»

· Ernesto Sábato.


De El túnel (I)



«Siempre he mirado con antipatía y hasta con asco a la gente, sobre todo a la gente amontonada; nunca he soportado las playas en verano. Algunos hombres, algunas mujeres aisladas me fueron muy queridos, por otros sentí admiración (no soy envidioso), por otros tuve verdadera simpatía; por los chicos siempre tuve ternura y compasión (sobre todo cuando, mediante un esfuerzo mental, trataba de olvidar que al fin serían hombres como los demás); pero, en general, la humanidad me pareció siempre detestable. No tengo inconvenientes en manifestar que a veces me impedía comer en todo el día o me impedía pintar durante toda una semana el haber observado un rasgo; es increíble hasta qué punto la codicia, la envidia, la petulancia, la grosería, la avidez y, en general, todo ese conjunto de atributos que forman la condición humana pueden verse en una cara, en una manera de caminar, en una mirada. Me parece natural que después de un encuentro así uno no tenga ganas de comer, de pintar, ni aun de vivir.»


· Ernesto Sábato.


De Mono y esencia



«El amor ahuyenta al miedo; y recíprocamente, el miedo ahuyenta al amor. Y no sólo al amor. El miedo expulsa también la inteligencia, la bondad, todo pensamiento de belleza y verdad. Lo que queda es la desesperación muda, o estudiadamente jocosa, del que se da cuenta de la obscena Presencia que ocupa el rincón de la estancia, y sabe que la puerta está cerrada y que no hay ventanas. Y ya aquello se le está echando encima. (...) Y en un instante su quieto terror se transforma en un frenesí tan violento como fútil. Ya no es un hombre entre hombres, ya no es un ser racional que habla articuladamente con otros seres racionales; no queda más que un animal lacerado, que chilla y se agita en la trampa. Pues al final el miedo llega a expulsar la humanidad del hombre.»


· Aldous Huxley.

13.4.17


«El hombre está angustiado porque vive en incomunicación, padece como nunca su propia soledad. El amor, planteado como comunicación, aparece en la novelística actual como un paradigma de la incomunicación total. Pues el cuerpo es un mero objeto y el alma es inapresable. La desesperanza surge, entonces, frente a la comprobación real del fracaso de toda comunicación absoluta.»

26.3.17


Não consentem os deuses mais que a vida.
Tudo pois refusemos, que nos alce
A irrespiráveis píncaros,
Perenes sem ter flores.
Só de aceitar tenhamos a ciência,
E, enquanto bate a sangue em nossas fontes,
Nem se engelha connosco,
O mesmo amor, duremos,
Como vidros, às luzes transparentes
E deixando escorrer a chuva triste,
Só mornos ao sol quente,
E reflectindo um pouco.


                                     ***


No consienten los dioses sino la vida.
Todo, pues, rehusemos que nos alce
a irrespirables cimas,
perennes mas sin flores.
La ciencia de aceptar tengamos sólo,
y, mientras late la sangre en nuestras sienes,
y con nosotros mustiase
el mismo amor, duremos,
cual vidrios, a las luces transparentes
y dejando escurrir la lluvia triste,
sólo tibios al sol caliente,
y reflejando un poco.


· Ricardo Reis.

5.3.17


Zbrodnia i Kara

Corto animado (sin diálogos) basado en "Crimen y castigo", de Dostoyevski. Maravillosamente hecho.