(1894)
«La idea de la revelación que responde a la realidad de los hechos, es la que concibe a ésta como la visión o la audición repentina, segura e indeciblemente precisa de algo que nos trastorna y nos conmueve en lo más íntimo. Lo oímos, sin pretenderlo; lo tomamos, sin preguntar quién nos lo da; el pensamiento refulge como un rayo, necesariamente, sin ningún tipo de vacilación. Yo no he tenido nunca que elegir.
Se trata de un éxtasis cuya desmesurada tensión se desata a veces en un torrente de lágrimas; un éxtasis en el que, sin querer, unas veces se precipita el paso y otras se vuelve lento; un estar fuera de nosotros mismos completamente, que nos deja la conciencia evidente de un sinnúmero de delicados temores que hacen que nos entremezclemos hasta los dedos de los pies; un abismo de felicidad en el que el dolor y la tristeza extremos no actúan ya como antítesis, sino como algo condicionado, exigido, como un color necesario en el seno de esa superabundancia de luz; un sentido instintivo del ritmo, que abarca todo un mundo de formas: la amplitud, la necesidad de un ritmo dilatado constituyen prácticamente la medida de la potencia de la inspiración y una especie de contrapeso a su presión y a su tensión. Todo sucede de una forma totalmente involuntaria y, en consecuencia, como si nos viéramos envueltos en un torbellino de sensaciones de libertad, de soberanía, de poder, de divinidad...»
· Friedrich Nietzsche.

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