
«Corren ríos, ríos eternos bajo la ventana de mi silencio. Miro hacia la otra orilla y no sé por qué no consigo soñar con estar del otro lado, ajeno a mí y feliz. Quizás porque sólo tú consuelas y sólo tú entretienes y sólo tú unges y oficias.
¿Qué misa blanca interrumpes para lanzarme la bendición de mostrarte siendo? ¿En qué punto de la danza te detienes, y el Tiempo contigo, para que de tu detenerte hagas un puente hacia mi alma y de tu sonrisa, púrpura de mi fasto?
Cisne del desasosiego rítmico, lira de las inmortales horas, arpa incierta de pesadumbres míticas —tú eres la Esperada y la Ida, la que apaga y hiere, la que dora de dolor las alegrías y de rosas corona las tristezas.
¿Qué Dios te creó, qué Dios odiado por el Dios que se hizo el mundo?
Tú no lo sabes, no sabes lo que no sabes, no quieres saber o no saber. Desnudaste de propósitos tu vida, nimbaste de irrealidad tu propio mostrarte, te vestiste de perfección y de intangibilidad, para que ni las Horas te besasen ni los Días te sonrieran, y ni en las Noches te viesen tomar la luna entre las manos para que se pareciese a un lirio.
Deshoja, oh mi amor, sobre mí los pétalos de las mejores rosas, de los más perfectos lirios, de crisantemos ☐ que huelen a la melodía de su nombre.
Y yo haré morir en mí tu vida, oh Virgen que ningún abrazo espera, que no busca ningún beso, que ningún pensamiento desflora.
Atrio, sólo atrio de todas las esperanzas, Umbral de todos los deseos, Ventana de todos los sueños, ☐
Mirador hacia todos los paisajes que son bosque nocturno y río lejano tembloroso por el reflejo constante de la luna...
Versos, prosas que no pueden escribirse, sino sólo soñarse.»
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