9.1.15

Del Breviario de los vencidos.



«A mis semejantes ya los conozco. A menudo he leído en sus ojos ausentes y vacíos el sinsentido de mi destino o he reposado de mis rebeldías durante las pausas de sus miradas. Pero su angustia no me es ajena. Ellos quieren, quieren, incesantemente. Y como no había nada que querer, mis pies pisaban sus huellas como si fueran espinas, mi sendero serpenteaba por el lodo de sus anhelos y blanqueaba con una inútil aureola su búsqueda vana.

Ellos no saben que el paraíso y el infierno son floraciones de un instante, del instante mismo, que no hay nada más allá de la fuerza de un éxtasis inútil. En su camino de mortales, no he encontrado la parada eterna sobre la bóveda de los instantes.

Veo un árbol, una sonrisa, un orto, un recuerdo. ¿Acaso no existo yo ilimitadamente en cada uno de ellos? ¿Qué otra cosa puedo esperar además de esa visión definitiva, esa incurable visión del relámpago temporal?

Los hombres sufren de futuro, irrumpen en la vida, huyen en el tiempo, buscan. Y nada me hiere más que sus ojos anhelantes, vanos pero desprovistos de vanidad.

Yo sé que todo es final, que solamente existe un instante, cada instante, que el árbol de la vida es un estallido de eternidad, reversible en los actos del ser.

Y, así, ya no quiero nada. A menudo, cuando me encuentro en las noches que erigen los fondos del mundo, ¿cómo saber si soy o no soy? Y, entonces, ¿se puede ser o se puede no ser? O bien, atrapado en las vagas ondulaciones de la música, perdido en medio de ellas, purificado de los azares de la respiración, ¿cómo me parecería a mis semejantes?

[...]

Debo mis esperanzas a las noches. Sobre las alas de la oscuridad, fuera del espacio, solo entre la materia y el sueño, elevo los aromas de la decepción a fragancias de felicidad. Nada me parece imposible en la noche, ese posible sin tiempo. Todo es más que posible, pero el futuro no está. Las ideas devienen pájaros de pensamiento y ¿a dónde vuelan? A una trémula eternidad, como un éter roído por las reflexiones.

… Así he llegado a contemplar el sol con un extraño interés. ¿Qué malentendido llevó a los hombres a robarle sus turbulencias y a transformarlas en algo provechoso? ¿Qué falta de poesía hizo a un astro puro degradarse en monstruo utilitario? ¿No nos hemos acercado todos demasiado humanamente a sus rayos luminosos y, creyéndolos fuente de lo real, le concedimos demasiada realidad? ¿Por qué habremos proyectado la finalidad hasta el mismo cielo?

Yo no sé hasta dónde es el sol. Pero sí sé muy bien hasta qué punto yo ya no soy bajo el sol. Quien a orillas del mar, durante horas seguidas, con los ojos entornados, paralelamente al tiempo, durante la horizontal del sueño y tan fugaz como la espuma sobre la arena dorada, no ha sentido la mezcla de felicidad y de nada de ese derroche de resplandor, ése no conoce ninguno de los peligros que la belleza ha traído al mundo.

Yo creía ser joven bajo el sol y me encontré sin edad. Y si a media noche tenía años, ya no los tenía en el meridión. Todas las edades huyen y permanecen entre el ser y el no-ser, vestigio vibrante en el nihilismo místico de las insolaciones.»

· Emil Cioran.

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