27.8.16


De Trópico de Capricornio (V)



«Pero con frecuencia estaba ciego: eso todo el mundo podía verlo. Y en esas ocasiones me dejaban solo, me rehuían, como al propio diablo. Entonces abandoné el mundo, volví a los fuegos del infierno... voluntariamente. Esas idas y venidas son tan reales para mí, más reales, de hecho, que cualquier cosa que ocurriera en el intervalo. Los amigos que creen conocerme no saben nada de mí por la razón de que mi yo real cambió de dueño incontables veces. Ni los hombres que me daban las gracias ni los que me maldecían sabían con quién se las habían. Nadie llegó nunca a pisar terreno firme conmigo, porque no cesaba de liquidar mi "personalidad". Conservaba la llamada "inteligencia" en suspenso para el momento en que, dejándola "coagularse", adoptaría un ritmo humano "apropiado". Ocultaba la cara hasta el momento en que me encontrara de acuerdo con el mundo. Desde luego, todo aquello era un error. Hasta el papel de artista vale la pena adoptar, mientras se marca el paso. La acción es importante, aun cuando entrañe una actividad fútil. No debería decir uno sí, no, sí, no, ni aun sentado en el lugar más alto. No debería uno ahogarse en la oleada humana, ni siquiera para llegar a ser un maestro. Debería uno latir con su propio ritmo... a cualquier precio. En pocos años acumulé miles de años de experiencia, pero fue experiencia malgastada, porque no la necesitaba. Ya me habían crucificado y marcado con la cruz; había nacido exento de la necesidad de sufrir... y, sin embargo, no conocía otra forma de avanzar con esfuerzo que la de repetir el drama. Toda mi inteligencia se oponía. El sufrimiento es fútil, me decía mi inteligencia una y mil veces, pero seguía sufriendo voluntariamente. El sufrimiento no me ha enseñado nada nunca; para otros puede que aún sea necesario, pero para mí no es sino una demostración algebraica de inadaptabilidad espiritual. Todo el drama que está representando el hombre de hoy mediante el sufrimiento no existe para mí: nunca ha existido, en realidad. Todos mis calvarios fueron crucifixiones de color de rosa, pseudotragedias destinadas a mantener avivados los fuegos del infierno para los pecadores auténticos que corren peligro de verse olvidados.»

· Henry Miller.

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