23.1.21


De El Pesanervios I



«Hay una angustia ácida y turbia, tan potente como un cuchillo, y en la que el descuartizamiento tiene el peso de la tierra, una angustia de relámpagos, en puntuación de simas, cerradas y apretadas, como chinches, como piojos duros, cuyos movimientos están congelados, una angustia donde el espíritu se estrangula y se corta a sí mismo —se mata.

No consume nada que no le pertenezca, nace de su propia asfixia.

Es una congelación de la médula, una ausencia de fuego mental, una carencia de circulación de la vida.

Pero la angustia opiácea tiene otro color, no tiene esta caída metafísica, esta maravillosa imperfección de acento. La imagino llena de ecos y de cuevas, de laberintos, de retornos; llena de lenguas de fuego parlantes, de ojos mentales en acción y del chasquido de un sombrío rayo, pleno de razón.

Pero entonces imagino bien centrada al alma, y siempre en el infinito divisible, y transportable como algo que es. Imagino al alma sensible, que a la vez lucha y consiente y hace girar sus lenguas en todos los sentidos, multiplica su sexo —y se mata.

Es necesario conocer la verdadera nada deshilada, la nada que no tiene ya órgano. La nada del opio tiene en sí la forma de una frente que piensa, que ha encontrado el sitio del negro orificio.

Yo hablo de la ausencia de orificio, de un sufrimiento frío y sin imágenes, sin sentimientos, que es como un choque indescriptible de fracasos.»



· Antonin Artaud.

 

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