«En cuestión de rebeldía ninguno de nosotros debe tener necesidad de antepasados.»· André Breton.
9.5.21
De Manifiestos del Surrealismo V
«En tanto que los hombres no hayan tomado conciencia de su condición —no me refiero solamente a su condición social, sino a su condición misma de hombres, con todo lo que tiene ésta de precario: lapso irrisorio si se lo considera en relación con el campo de acción de la especie, tal como el espíritu cree abarcarla; sumisión, más o menos a escondidas de sí mismo, a pocos instintos muy elementales; capacidad de pensar, sí, pero de una categoría infinitamente sobrestimada; capacidad, por otra parte, afectada por la rutina, que la sociedad cuida de canalizar en direcciones predeterminadas sobre las cuales pueda ejercer su vigilancia y, además, capacidad que desfallece continuamente por la capacidad, por lo menos igual, de no pensar (por sí mismo) o de pensar mal (solo o de preferencia en compañía de los otros)—; en tanto que los hombres se obstinen en mentirse a sí mismos; en tanto que no distingan la parte sensible de lo efímero y de lo eterno, de lo irrazonable y lo razonable que los dominan, de lo único, celosamente preservado en ellos, y de su expansión entusiasta en lo gregario; en tanto que esté repartido para unos, en Occidente, el deseo de arriesgar con la esperanza de mejorar, y para otros, en Oriente, el cultivo de la indiferencia; en tanto que los unos exploten a los otros sin siquiera obtener con eso una satisfacción apreciable —el dinero está entre ellos como un tirano en común cuyo cuello fuera la mecha de una bomba—; en tanto que no se sepa nada y se aparente saberlo todo, con la Biblia en una mano y Lenin en la otra; en tanto que los mirones lleguen a suplantar a los videntes en el transcurso de la negra noche; en tanto que... (no puedo decirlo ya que soy el que menos pretende saberlo todo; pero hay todavía muchos en tanto que, enumerables), no vale la pena hablar, menos aún oponerse unos a otros, menos aún amarse sin oponerse a todo lo que no es amor, menos aún morir y —primavera a un lado, pienso siempre en la juventud, en los árboles en flor, en todo esto escandalosamente desacreditado, desacreditado por los viejos— pienso en el magnífico azar de las calles, aún las de Nueva York, y menos todavía vale la pena vivir.»· André Breton.
De Manifiestos del Surrealismo IV
«En el momento en que yo recargo esta vida de anécdotas tales como el cielo, el ruido de un reloj, el frío, un malestar, vale decir que vuelvo a hablar de ella de un modo corriente. Nadie está exento de pensar en esas cosas, o de tener apego a un peldaño cualquiera de esa escala degradada, a no ser que haya superado la última etapa del ascetismo. Es justamente desde el repugnante hervidero de esas representaciones carentes de sentido que nace y se nutre el deseo de ir más allá de la insuficiente y absurda distinción entre lo bello y lo feo, lo verdadero y lo falso, el bien y el mal. Y como del grado de resistencia que esta idea de elección encuentra depende el vuelo más o menos seguro del espíritu hacia un mundo por fin habitable, se concibe que el surrealismo no tema hacer un dogma de la rebelión absoluta, de la insumisión total, del sabotaje sistematizado y que no espere ya nada que no provenga de la violencia.»· André Breton.
De Manifiestos del Surrealismo III
«La pereza, la fatiga de los otros no me entretienen. Tengo una idea demasiado inestable de la continuidad de la vida para dar a los momentos de debilidad y depresión el valor de mis mejores minutos. Pretendo que se callen cuando han dejado de experimentar sentimientos. Y entiéndase claramente que yo no recrimino la falta de originalidad en sí. Afirmo solamente que no convierto en situaciones los momentos nulos de mi vida, y que puede resultar indigno de todo hombre el cristalizar tales momentos.»· André Breton.
2.5.21
De Manifiestos del Surrealismo II
«[...] Aquella imaginación, que no reconocía límites, ahora sólo se la dejan utilizar subordinada a las leyes de una utilidad arbitraria; incapaz ella de asumir por mucho tiempo empleo tan inferior, generalmente prefiere, cuando el hombre cumple veinte años, abandonarlo a su destino sin luz.Cuando, con el andar del tiempo, el hombre —que nota la pérdida progresiva de todas las razones de vivir y la incapacidad en que se encuentra ya de colocarse a la altura de cualquier situación excepcional, el amor por ejemplo—, quiera intentar una reacción, ya no podrá tener éxito. Pertenecerá en adelante, en cuerpo y alma, a una imperiosa necesidad práctica que no admite postergaciones. Faltará a sus gestos amplitud, y a sus ideas, envergadura. De todo lo que ocurra o pueda ocurrirle, sólo tomará en cuenta lo que lo relacione este acontecimiento con una multitud de acontecimientos análogos en los que no ha tomado parte: acontecimientos fallidos. Yo diría que juzgará ese acontecimiento relacionándolo con uno de aquellos que, por sus consecuencias, resulte mas tranquilizador que los otros. Bajo ningún pretexto verá en él su salvación. Querida imaginación, lo que más quiero en ti es que no perdonas.[...]Reducir la imaginación a la esclavitud, aun cuando sea en provecho de lo que se llama groseramente felicidad, significa alejarse de todo lo que, en lo más hondo de uno mismo, existe de justicia suprema. La imaginación sola me informa sobre lo que puede ser, y esto ya es suficiente para atenuar algo la terrible prohibición, y quizá también para que yo me abandone a ella sin temor de engañarme (como si hubiera posibilidad de engañarse más aún). ¿Dónde la imaginación comienza a hacerse peligrosa y dónde cesa la seguridad del espíritu? Para el espíritu, la posibilidad de errar ¿no constituirá quizás la contingencia del bien?»· André Breton.
De Manifiestos del Surrealismo I
«No comprendo por qué ni cómo vivo, cómo es que todavía vivo, y con mayor motivo, qué es lo que yo vivo. Si queda algo de un sistema como el surrealismo, que hago mío y al que me acomodo lentamente, si quedara sólo con qué enterrarme, de todos modos nunca habrá habido con qué hacer de mí lo que yo quise ser, a pesar de la complacencia que tengo para mí mismo. Complacencia relativa, en función de la que se puede tener hacia mi yo (o no-yo, no sé bien). Y, con todo, vivo, y hasta descubrí que amaba la vida.Cuando a veces se me presentaban razones para terminar con ella, me sorprendía a mí mismo admirando un trozo cualquiera de parquet que me parecía de seda, una seda con la belleza del agua. Me gustaba ese lúcido dolor, como si entonces todo el drama universal pasara a través de mí, como si de pronto yo valiera la pena. Pero me gustaba el resplandor —cómo explicarme— de cosas nuevas, que nunca había visto brillar de semejante manera. Gracias a ello, comprendí que, a pesar de todo, la vida estaba dada, que una fuerza independiente de la de expresar y de hacerse comprender espiritualmente presidía, en lo que concierne a un hombre que vive, las reacciones de un interés inestimable cuyo secreto desaparecerá con él. Este secreto no me ha sido revelado, y en lo que a mí respecta, su reconocimiento no invalida en nada mi declarada ineptitud para la meditación religiosa.»· André Breton.
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