2.5.21


De Manifiestos del Surrealismo II


«[...] Aquella imaginación, que no reconocía límites, ahora sólo se la dejan utilizar subordinada a las leyes de una utilidad arbitraria; incapaz ella de asumir por mucho tiempo empleo tan inferior, generalmente prefiere, cuando el hombre cumple veinte años, abandonarlo a su destino sin luz.

Cuando, con el andar del tiempo, el hombre —que nota la pérdida progresiva de todas las razones de vivir y la incapacidad en que se encuentra ya de colocarse a la altura de cualquier situación excepcional, el amor por ejemplo—, quiera intentar una reacción, ya no podrá tener éxito. Pertenecerá en adelante, en cuerpo y alma, a una imperiosa necesidad práctica que no admite postergaciones. Faltará a sus gestos amplitud, y a sus ideas, envergadura. De todo lo que ocurra o pueda ocurrirle, sólo tomará en cuenta lo que lo relacione este acontecimiento con una multitud de acontecimientos análogos en los que no ha tomado parte: acontecimientos fallidos. Yo diría que juzgará ese acontecimiento relacionándolo con uno de aquellos que, por sus consecuencias, resulte mas tranquilizador que los otros. Bajo ningún pretexto verá en él su salvación. Querida imaginación, lo que más quiero en ti es que no perdonas.

[...]

Reducir la imaginación a la esclavitud, aun cuando sea en provecho de lo que se llama groseramente felicidad, significa alejarse de todo lo que, en lo más hondo de uno mismo, existe de justicia suprema. La imaginación sola me informa sobre lo que puede ser, y esto ya es suficiente para atenuar algo la terrible prohibición, y quizá también para que yo me abandone a ella sin temor de engañarme (como si hubiera posibilidad de engañarse más aún). ¿Dónde la imaginación comienza a hacerse peligrosa y dónde cesa la seguridad del espíritu? Para el espíritu, la posibilidad de errar ¿no constituirá quizás la contingencia del bien?»


· André Breton.

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