«En tanto que los hombres no hayan tomado conciencia de su condición —no me refiero solamente a su condición social, sino a su condición misma de hombres, con todo lo que tiene ésta de precario: lapso irrisorio si se lo considera en relación con el campo de acción de la especie, tal como el espíritu cree abarcarla; sumisión, más o menos a escondidas de sí mismo, a pocos instintos muy elementales; capacidad de pensar, sí, pero de una categoría infinitamente sobrestimada; capacidad, por otra parte, afectada por la rutina, que la sociedad cuida de canalizar en direcciones predeterminadas sobre las cuales pueda ejercer su vigilancia y, además, capacidad que desfallece continuamente por la capacidad, por lo menos igual, de no pensar (por sí mismo) o de pensar mal (solo o de preferencia en compañía de los otros)—; en tanto que los hombres se obstinen en mentirse a sí mismos; en tanto que no distingan la parte sensible de lo efímero y de lo eterno, de lo irrazonable y lo razonable que los dominan, de lo único, celosamente preservado en ellos, y de su expansión entusiasta en lo gregario; en tanto que esté repartido para unos, en Occidente, el deseo de arriesgar con la esperanza de mejorar, y para otros, en Oriente, el cultivo de la indiferencia; en tanto que los unos exploten a los otros sin siquiera obtener con eso una satisfacción apreciable —el dinero está entre ellos como un tirano en común cuyo cuello fuera la mecha de una bomba—; en tanto que no se sepa nada y se aparente saberlo todo, con la Biblia en una mano y Lenin en la otra; en tanto que los mirones lleguen a suplantar a los videntes en el transcurso de la negra noche; en tanto que... (no puedo decirlo ya que soy el que menos pretende saberlo todo; pero hay todavía muchos en tanto que, enumerables), no vale la pena hablar, menos aún oponerse unos a otros, menos aún amarse sin oponerse a todo lo que no es amor, menos aún morir y —primavera a un lado, pienso siempre en la juventud, en los árboles en flor, en todo esto escandalosamente desacreditado, desacreditado por los viejos— pienso en el magnífico azar de las calles, aún las de Nueva York, y menos todavía vale la pena vivir.»· André Breton.
9.5.21
De Manifiestos del Surrealismo V
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