1.10.14

De Sol y Carne.




III

¡Si volvieran los tiempos de su hora pasada!
— ¡Pero el hombre murió! Su juego ha terminado;
sus ídolos ha roto, se siente fatigado,
mas, libre de sus dioses, veréis que resucita
y, como es del cielo, ¡a los cielos visita!
Su pensamiento eterno, invencible ideal,
el dios que vive inmerso en su barro carnal
subirá y subirá, en su frente quemando,
y el horizonte inmenso le verás oteando
y libre de temores, cuando el yugo remita,
¡Tú vendrás a donarle la redención bendita!
Del seno de los mares que, espléndida, te encierra,
surgirás, derramando sobre la vasta Tierra
el amor infinito, con sonrisa infinita
y el mundo vibrará como lira exquisita
con estremecimientos de un besar infinito!
Sed de amor tiene el mundo: le dejarás ahíto.





— El hombre ha levantado su testa libre y fiera,
y el rayo inesperado de la beldad primera
hace latir al dios en su carne hecha altar:
feliz del bien de ahora, pálido al recordar
el pasado. Ahora quiere saber todo. La mente,
tanto tiempo oprimida, se despierta en su frente.
¡Por fin retoza libre, por fin sabrá el porqué!
¡Y el hombre independiente, por fin tendrá su fe!
— ¿Por qué este azul mundo, este espacio insondable?
¿y estos astros de oro de hormigueo imparable?
Si subiéramos siempre, ¿veríais algo extraño?
¿Es que un pastor dirige este inmenso rebaño,
en el horrible éter, de mundos caminando?
Y todos estos mundos, que el éter va abrazando,
de alguna voz eterna ¿vibran al centelleo?
— Y el hombre ¿puede verlo? Puede decir: ¿yo creo?
Si el hombre nace y casi de la vida no es dueño,
¿de dónde viene él? ¿Mora del mar la sima
de gérmenes, de fetos, de embriones? ¿Sublima
el inmenso crisol donde Madre Natura
le resucitará, viviente criatura
para amar con la rosa y crecer con el trigo?...

¡No podemos saber! ¡Estamos al abrigo
de un manto de ignorancia y quimeras fatales!
Monos de hombre, caídos, de vulvas maternales.
¡Nuestra floja razón lo infinito investiga,
si queremos mirar: — la duda nos castiga!
Pájaro triste que, con su ala nos hiere...
— ¡Y el horizonte huye, y a lo lejos se muere!





¡El gran cielo está abierto! Los misterios, pasados.
¡Ante el hombre de pie, con sus brazos cruzados,
en el rico esplendor de nuestro inmenso suelo!
Él canta... el bosque canta, murmura el riachuelo
un cántico feliz, que sube arrollador...
— ¡Esto es la redención! ¡el amor! ¡el amor!


· Arthur Rimbaud.

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