24.10.14

De Trópico de Cáncer (II)




«En aquel momento perdí por completo la ilusión del tiempo y el espacio: el mundo desplegó su drama simultáneamente a lo largo de un meridiano sin eje. En aquella especie de eternidad pendiente de un hilo sentí que, todo estaba justificado, supremamente justificado; sentí mis guerras interiores, que habían dejado esa pulpa y esos despojos; sentí los crímenes que bullían allí para surgir mañana en titulares sensacionales; sentí la miseria moliéndose a sí misma con almirez y mortero, la larga y triste miseria que se derrama gota a gota en pañuelos sucios. En el meridiano del tiempo no hay injusticia: sólo hay la poesía del movimiento que crea la ilusión de la verdad y el drama.

[...]

Lo monstruoso no es que los hombres hayan creado rosas a partir de este estercolero, sino que, por la razón que sea, deseen rosas. Por una razón u otra, el hombre busca el milagro y para lograrlo es capaz de abrirse paso entre la sangre. Si por un solo segundo de su vida puede cerrar los ojos ante el horror de la realidad, es capaz de corromperse con ideas, reducirse a una sombra. Todo se soporta —ignominia, humillación, pobreza, guerra, crimen, ennui— gracias al convencimiento de que de la noche a la mañana algo ocurrirá, un milagro, que vuelva la vida tolerable. Y, mientras tanto, un contador está corriendo en su interior y no hay mano que pueda llegar hasta él para detenerlo. Mientras tanto, alguien está comiendo el pan de la vida y bebiendo el vino, un sacerdote gordo y sucio como una cucaracha que se esconde en el sótano para zampárselo, mientras arriba, a la luz de la calle, una hostia fantasma toca los labios y la sangre está tan pálida como el agua. Y de ese tormento y miseria eternos no resulta ningún milagro, ni siquiera un vestigio microscópico de milagro. Sólo ideas, ideas pálidas, atenuadas, que hay que cebar mediante la matanza, ideas que brotan como bilis, como las tripas de un cerdo, cuando lo abren en canal.»


· Henry Miller.

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