29.12.15


Frente al silencio


«Llegar a no apreciar más que el silencio equivale a realizar la expresión esencial del hecho de vivir al margen de la vida. En los grandes solitarios y los fundadores de religiones, el elogio del silencio posee raíces mucho más profundas de lo que suele imaginarse. Para ello es necesario que la presencia de los seres humanos nos haya exasperado, que la complejidad de los problemas nos haya hastiado hasta el punto de que ya no nos interesemos más que por el silencio y sus gritos.  
La fatiga conduce a un amor ilimitado al silencio, pues ella priva a las palabras de su significado para convertirlas en sonoridades vacías; los conceptos se diluyen, la fuerza de las expresiones se atenúa, toda palabra dicha u oída se desintegra, estéril. Todo lo que va hacia el exterior, o procede de él, no es más que un murmullo monótono y lejano, incapaz de despertar el interés o la curiosidad. Nos parece entonces inútil opinar, adoptar una posición o impresionar a alguien; el ruido al que hemos renunciado se suma al tormento de nuestra alma. En el momento de la solución suprema, tras haber desplegado una energía loca para intentar resolver todos los problemas y afrontado el vértigo de las cimas, hallamos en el silencio la única realidad, la única forma de expresión.» 

· Emil Cioran.

27.12.15


«(El hombre) Cae en la cuenta de que le ha tocado un destino trágico: ser parte de la naturaleza y sin embargo trascenderla.»

· Erich Fromm.

De El miedo a la libertad (II)



«La dificultad especial que existe en reconocer hasta qué punto nuestros deseos —así como los pensamientos y las emociones— no son realmente nuestros sino que los hemos recibido desde afuera, se halla estrechamente relacionada con el problema de la autoridad y la libertad. En el curso de la historia moderna, la autoridad de la Iglesia se vio reemplazada por la del Estado, la de éste por el imperativo de la consciencia y, en nuestra época, la última ha sido sustituida por la autoridad anónima del sentido común y la opinión pública, en su carácter de instrumentos del conformismo. Como nos hemos liberado de las viejas formas manifiestas de autoridad, no nos damos cuenta de que ahora somos prisioneros de este nuevo tipo de poder. Nos hemos transformado en autómatas que viven bajo la ilusión de ser individuos dotados de libre albedrío. Tal ilusión ayuda a las personas a permanecer inconscientes de su inseguridad, pero ésta es toda la ayuda que ella puede darnos. En su esencia el yo del individuo ha resultado debilitado, de manera que se siente impotente y extremadamente inseguro. Vive en un mundo con el que ha perdido toda conexión genuina y en el cual todas las personas y todas las cosas se han transformado en instrumentos, y en donde él mismo no es más que una parte de la máquina que ha construido con sus propias manos. Piensa, siente y quiere lo que él cree que los demás suponen que él deba pensar, sentir y querer, y en este proceso pierde su propio yo, que debería constituir el fundamento de toda seguridad genuina del individuo libre.»

· Erich Fromm.

La degradación mediante el trabajo



«Los seres humanos trabajan en general demasiado para poder continuar siendo ellos mismos. El trabajo es una maldición que el ser humano ha transformado en voluptuosidad. Trabajar con todas nuestras fuerzas únicamente por amor al trabajo, regocijarnos de un esfuerzo que no conduce más que a resultados sin valor, estimar que sólo podemos realizarnos mediante una labor incesante, es algo escandaloso e incompresible. El trabajo permanente y constante embrutece, trivializa y nos convierte en seres impersonales. El centro de interés del individuo se desplaza desde su ámbito subjetivo hacia una insulsa objetividad; el ser humano se desinteresa entonces por su propio destino, por su evolución interior, para apegarse a cualquier cosa: el trabajo verdadero, que debería ser una actividad de transfiguración permanente, se ha convertido en un medio de exteriorización que hace abandonar al hombre la intimidad de su ser. Es significativo que la palabra bajo trabajo haya acabado designando una actividad puramente exterior en la cual el ser no se realiza: sólo realiza. Que todo el mundo deba ejercer una actividad y adoptar un modo de vida que, en la mayoría de los casos no le conviene, es un hecho que ilustra la tendencia al embrutecimiento mediante el trabajo. El hombre ve en el conjunto de las formas del trabajo un beneficio considerable; pero el frenesí de la labor es signo en él de una propensión al mal. En el trabajo, el ser humano se olvida de sí mismo, lo cual, sin embargo, no produce en él una dulce ingenuidad, sino un estado próximo a la imbecilidad. El trabajo ha transformado al sujeto humano en objeto, y ha convertido al hombre en un animal que cometió el error de traicionar sus orígenes. En lugar de vivir para sí mismo —no en el sentido del egoísmo sino de una vida dedicada a la búsqueda de la plenitud—, el ser humano se ha convertido en un esclavo lamentable e impotente de la realidad exterior. ¿Dónde encontrar el éxtasis, la visión y la exaltación? ¿Dónde está la locura suprema, la voluptuosidad auténtica del mal? La voluptuosidad negativa que encontramos en el culto al trabajo es más un signo de miseria y de mediocridad, de mezquindad detestable, que de otra cosa. ¿Por qué los seres humanos no decidirían de repente abandonar su trabajo para comenzar uno nuevo totalmente diferente del que están ejerciendo inútilmente? ¿No basta con tener la conciencia subjetiva de la eternidad? Si la actividad frenética, el trabajo ininterrumpido y la trepidación han destruido algo, es sin duda el sentido de la eternidad, el cual el trabajo es la negación. Cuanto más aumentan la búsqueda de los bienes temporales y el trabajo cotidiano, más se vuelve la eternidad un bien lejano, inaccesible. De ahí que los espíritus demasiado emprendedores posean perspectivas tal limitadas, de ahí la mediocridad de su pensamiento y de sus actos. Y, a pesar de que yo no opongo al trabajo ni la contemplación pasiva ni el ensueño vaporoso, sino una transfiguración desgraciadamente irrealizable, prefiero sin embargo una pereza que lo comprende todo a una actividad frenética e intolerante. Para despertar al mundo hay que exaltar la pereza. Porque el perezoso tiene infinitamente más sentido metafísico que el agitado. 
Me siento atraído por todo lo lejano, por el gran vacío que yo proyecto sobre el mundo. Una sensación de oquedad se eleva en mí, atravesando mis miembros y órganos como un fluido impalpable y ligero. Sin saber por qué, siento en el progreso incesante de ese vacío, en esa vacuidad que se dilata infinitamente, la presencia misteriosa de los sentimientos más contradictorios que puedan afectar a un alma. Soy feliz e infeliz a la vez, padezco simultáneamente exaltaciones y depresiones, soy invadido por la desesperación y la voluptuosidad en el seno de la armonía más desconcertante. Estoy tan alegre y tan triste a la vez que en mis lágrimas aparecen al mismo tiempo reflejos del cielo y del infierno. Por la alegría de mi tristeza, me gustaría que esta Tierra no volviera a conocer la muerte.»

· Emil Cioran

7.12.15


No poder ya vivir



«Hay experiencias a las que no se puede sobrevivir. Experiencias tras las cuales se siente que ya nada puede tener sentido. Después de haber conocido las fronteras de la vida, después de haber vivido con exasperación todo el potencial de esos peligrosos confines, los actos y los gestos cotidianos pierden totalmente su encanto, su seducción. Si se continúa, sin embargo, viviendo, es únicamente gracias a la escritura, la cual alivia, objetivándola, esa tensión sin límites. La creación es una preservación temporal de las garras de la muerte. 
Siento que me hallo al borde de la explosión a causa de todo lo que me ofrecen la vida y la perspectiva de la muerte. Siento que muero de soledad, de amor, de odio y de todas las cosas de este mundo. Los hechos que me suceden parecen convertirme en un globo que está a punto de estallar. En esos momentos extremos se realiza en mi una conversión a la Nada. Se dilata uno interiormente hasta la locura, más allá de todas las fronteras, al margen de la luz, allí donde ella es arrancada a la noche; se expande uno hacia una plétora desde la que un torbellino salvaje nos proyecta directamente en el vacío. La vida crea la plenitud y la vacuidad, la exuberancia y la depresión; ¿qué somos nosotros ante el vértigo que nos consume hasta el absurdo? Siento que la vida se resquebraja en mí a causa de un exceso de desequilibrio, como si se tratase de una explosión incontrolable capaz de hacer estallar irremediablemente al propio individuo. En las fronteras de la vida, sentimos que ella se nos escapa, que la subjetividad no es más que una ilusión y que bullen en nosotros fuerzas incontrolables, las cuales rompen todo ritmo definido. ¿Hay algo entonces que no ofrezca la ocasión de morir? Se muere a causa de todo lo que existe y de todo lo que no existe. Lo que se vive se convierte, a partir de ese instante, en un salto en la nada. Y ello sin que hayamos conocido todas las experiencias posibles, —basta haber experimentado lo esencial de ellas. Cuando sentimos que morimos de soledad, de desesperación o de amor, las demás emociones no hacen más que prolongar ese séquito sombrío. La sensación de no poder ya vivir tras semejantes vértigos resulta igualmente de una consunción puramente interior. Las llamas de la vida arden en un horno del que el calor no puede escaparse. Quienes viven sin preocuparse por lo esencial se hallan salvados desde el principio; pero ¿tienen algo que salvar ellos, que no conocen el mínimo peligro? El paroxismo de las sensaciones, el exceso de interioridad nos conducen hacia una región particularmente peligrosa, dado que una existencia que adquiere una conciencia demasiado viva de sus raíces no puede sino negarse a sí misma. La vida es demasiado limitada, se halla demasiado fragmentada para poder resistir a las grandes tensiones. ¿Acaso todos los místicos no padecieron, tras sus grandes éxtasis, el sentimiento de no poder seguir viviendo? ¿Qué podrían, pues, esperar aún de este mundo aquellos que se sienten más allá de la normalidad, de la vida, de la soledad, de la desesperación y de la muerte?»


· Emil Cioran.

28.11.15

Soledades



Estaba redonda la Luna y estático el círculo negro
del acribillado silencio regido por un palpitante plantel:
el lácteo infinito que cruza como un río blanco a la sombra:
las ubres del cielo esparcieron la extensa sustancia o Andrómeda
y Sirio jugaron dejando sembrado de semen celeste la noche del Sur. 
Fragantes estrellas abiertas volando sin prisa y atadas
a la misteriosa consigna del viaje de los universos,
avispas metálicas, eléctricos números, prismáticas rosas con pétalos de agua o de nieve,
y allí fulgurando y latiendo la noche electrónica desnuda y vestida, poblada y vacía,
llena de naciones y páramos, planetas y un cielo detrás de otro cielo,
allí, incorruptibles brillaban los ojos perdidos del tiempo con los utensilios del orbe,
cocinas con fuego, herraduras que vieron rodar al sombrío caballo, martillos, niveles, espadas,
allí circulaba la noche desnuda a pasar del austral atavío, de sus amarillas alhajas.
¿A quién pertenece mi frente, mis pies o mi examen remoto?
¿De qué me sirvió el albedrío, la ronca advertencia de la voluntad enterrada?
¿Por qué me disputan la tierra y la sombra y a qué materiales que aún no conozco
están destinados mis huesos y la destrucción de mi sangre? 
Y yo, estremecido en el viaje, con el corazón constelado
bajé la cabeza y cerrando los ojos guardé lo que pude,
un negro fragmento del hierro nocturno, un jazmín penetrante del cielo. 
Y aún más misterioso como un nacimiento infinito de abejas
el día prepara sus huevos de oro, sus firmes panales dispone en el útero oscuro del mundo
y en la claridad, sobre el mar despertó la ballena bestial y pintó con un negro pincel
una línea nocturna en la aurora que sale del mar temblorosa
y camina en el laberinto el fermento del tifus que está encarcelado
y salen del baño a la calle los pies simultáneos de Montevideo
o bajan escalas en Valparaíso las ropas azules de la muchedumbre
hacia los mercados y las oficinas, los embarcaderos, farmacias, navío
hacia la razón y la duda, los celos, la tierna rutina de los inocentes:
un día, un quebranto entre dos anchas noches copiosas de estrellas o lluvia,
una quebradura de sol soberano que desencadena explosiones de espigas. 


Pablo Neruda.

1.11.15

Las heridas


Fue la ofensa tal vez del amor escondido y tal vez la incerteza, el dolor vacilante,

el temer a la herida que no solamente tu piel y mi piel traspasara,

sino que llegara a instalar una lágrima ronca en los párpados de la que me amó,

lo cierto es que ya no teníamos ni cielo ni sombra ni rama de rojo ciruelo con fruto y rocío,

y sólo la ira de los callejones que no tienen puertas entraba y salía en mi alma

sin saber dónde ir ni volver sin matar o morir.


Pablo Neruda.

17.10.15

Versos íntimos



Vês?! Ninguém assistiu ao formidável
Enterro de tua última quimera.
Somente a Ingratidão —esta pantera—
Foi tua companheira inseparável!

Acostuma-te à lama que te espera!
O Homem, que, nesta terra miserável,
Mora, entre feras, sente inevitável
Necessidade de também ser fera.

Toma um fósforo. Acende teu cigarro!
O beijo, amigo, é a véspera do escarro,
A mão que afaga é a mesma que apedreja.

Se a alguém causa inda pena a tua chaga,
Apedreja essa mão vil que te afaga,
Escarra nessa boca que te beija!





¡¿Ves?! Nadie ha presenciado el formidable
Entierro de tu última quimera.
¡Sólo la Ingratitud —esta pantera—
Te ha sido compañera inseparable!

¡Acostúmbrate al lodo que te espera!
El Hombre, que, en la tierra miserable,
Mora entre fieras, siente inevitable
Necesidad de ser, como ellas, fiera.

Toma un fósforo. ¡Enciende tu cigarro!
El beso, amigo, anuncia escupo y sarro,
La mano que acaricia es aun fiereza.

Si aún a alguien causa lástima tu llaga,
¡Apedrea esa mano que te halaga,
Escupe en esa boca que te besa!

· Augusto dos Anjos.

Traducción de Anderson Braga Horta.


Los versos del Capitán


Oh dolor que envolvieron relámpagos y fueron guardándose en los versos aquellos, fugaces y duros, floridos y amargos, en que un Capitán cuyos ojos esconde una máscara negra te ama, oh amor, arrancándose con manos heridas las llamas que queman, las lanzas de sangre y suplicio. 
Pero luego un panal substituye a la piedra del muro arañado:
frente a frente, de pronto sentimos la impura miseria
de dar a los otros la miel que buscábamos por agua y por fuego,
por tierra y por Luna, por aire y por hierro, por sangre y por ira:
entonces al fondo de tú y al fondo de yo descubrimos que
estábamos ciegos
adentro de un pozo que ardía con nuestras tinieblas. 

 · Pablo Neruda.

16.10.15


De La barcarola.


(Los inseguros temen la integridad, golpean
entonces mis costados con pequeños martillos,
quieren asegurar el sitio que les toca,
porque miedo y soberbia siempre estuvieron juntos
y sus acusaciones son sus medallas únicas.)
(Temen que la violencia desintegre sus huesos
y para defenderse se visten de violencia.)

(Vea el testigo mudo de pasado mañana,
recoja los pedazos de la torre callada
y cuanto me tocó de la crueldad inútil.
¿Comprenderá? Tal vez. Los tambores
estarán rotos, y la bocina estridente
será polvo en el polvo.
                                             La dicha te acompañe,
compañero, la dicha, patrimonio futuro
que heredarás de nuestra sangre encarnizada!)



· Pablo Neruda.

27.8.15


«Dios no ha creado nada que odie más que este mundo y tanto lo odia que desde el día en que lo creó no ha vuelto a mirarlo.»


26.8.15


«El hombre es libre salvo en lo que posee de más profundo. En la superficie, hace lo que quiere; en sus capas más oscuras, "voluntad" es un vocablo carente de sentido.»

· Emil Cioran.

20.8.15


«...Y recordarán mi nombre que significó mucho para quien lo llevó como un arma en la noche de los grandes reconocimientos y del dolor sin desenlace.»

· Alejandra Pizarnik.



«―¿Quién se acercará a mi cadáver y me dirá: Estás muerta? Aunque no lo pueda escuchar lo sabré, algo en mí lo sabrá, porque algo en mí no morirá conmigo, algo en mí esperó demasiado tiempo como para no poder oír esas palabras. ¿Quién lo dirá?

―Yo.

Lo miré. Estaba llorando. “Para llegar a esto te ha sido preciso miles de noches de insomnio, en una tensión que estiraba tus nervios hasta el otro lado de la noche, en la oscuridad esquiva donde las sombras baten sonidos que son sus nombres amados, en el desenfreno de una llamada inarticulada y torpe, en un rito cotidiano en el que tú, pálida y afiebrada, bebías alcohol para someterte más rápidamente a las leyes del amor que no sacia”. Lloraba por mí. “Demasiado tarde esta fiesta lujosa en honor de la muchacha polvorienta comida por el deseo. Demasiado tarde esta exhibición de piedad humana con sus límites y terminaciones. ¿Cuánto tiempo seguir llorando? ¿Cuánto han de darme sus ojos en esta noche impecable con estrellas que son estrellas y una luna real que no oscila?

Quise decirle: "Ven a mí, ahora que nadie nos ve, ahora que lo verde de este maléfico jardín entró en la austeridad anónima de una noche de verano. Ven a mí: si vienes, las estrellas seguirán siéndolo, la luna no se cambiará con colores ultrajantes ni habrá metamorfosis dañinas. Nadie verá que tú vienes a mí. Ni siquiera yo, pues yo ya estoy muy lejos, yo ya estoy en otro mundo, amándote con una furia que no imaginas. Ven a mí si quieres salvarte de mi locura y de mi rabia, ten piedad de ti y ven a mí. Nadie lo sabrá, ni siquiera yo, pues yo estoy vagando por las calles de otra ciudad, vestida de mendiga vieja, acoplando tus nombres a canciones obscuras que son como puñales para fijar mi delirio. Mi sangre, mi sexo, mi sagrada manía de creerme yo, mi porvenir inmutable, mi pasado que viene, mi atrio donde muero cada noche. Oh ven, nada ni nadie lo sabrán nunca. Aun cuando yo no lo quiera ven. Aun cuando yo te odio y te abandone, ven y tómame a la fuerza".

[...]

Y me dije: “Si supiera qué poco me importa lo que dice. Si supiera qué poco me importa cómo me mira. Si supiera qué poco me importa que su piedad sea amor o su amor indiferencia. Si supiera qué lejos estoy de los nombres y de las palabras, de la verdad, de la mentira, del cansancio, de la monotonía. Si supiera que no me importa morir así como no me importa vivir porque estoy ya muy cansada de mi enfermera y mi guardiana, de curar a la lejana que soy, a la evadida que me fui, a la maravillosa enamorada más sutil que el viento, detenida ahora por algún pecado insoluble, en su sitial de noche y desgracia, hermanada a la melancólica soledad de un lugar blanco y pétreo donde ella llora su amor inexplicable”.»


· Alejandra Pizarnik.

11.6.15


«Y yo sola con mis voces, y tú, tanto estás del otro lado que te confundo conmigo.»

· Alejandra Pizarnik.

5.4.15


«Para que las palabras no basten es preciso una muerte en el corazón. La luz del lenguaje me cubre como una música, imagen mordida por los perros del desconsuelo, y el invierno sube por mí como la enamorada del muro. Cuando espero dejar de esperar, sucede tu caída dentro de mí. Ya no soy más que un adentro.»


· Alejandra Pizarnik.

27.3.15


«¿Por qué será que lo que colma de felicidad al hombre es al mismo tiempo también fuente de sus desgracias?
Esa sensación tan cálida con que la naturaleza invadía mi corazón, que me colmaba con tanta fruición convirtiendo al mundo que me rodeaba en un paraíso, se ha vuelto ahora un tormento insoportable, un espíritu mortificador que me persigue en todos mis caminos.»


· J. W. von Goethe.

23.2.15

Descripción de un estado físico




«Una sensación de quemadura ácida en los miembros,
músculos retorcidos e incendiados, el sentimiento de ser un vidrio frágil, un miedo, una retracción ante el movimiento y el ruido. Un inconsciente desarreglo al andar, en los gestos, en los movimientos.Una voluntad tendida en perpetuidad para los más simples gestos,
la renuncia al gesto simple, 
una fatiga sorprendente y central, una suerte de fatiga aspirante. Los movimientos a rehacer,
una suerte de fatiga mortal, de fatiga espiritual en la más simple tensión muscular, el gesto de tomar, de prenderse inconscientemente a cualquier cosa,
sostenida por una voluntad aplicada.

Una fatiga de principio del mundo, la sensación de estar cargando el cuerpo, un sentimiento de increíble fragilidad, que se transforma en rompiente dolor, 
un estado de entorpecimiento doloroso, de entorpecimiento localizado en la piel, que no prohíbe ningún movimiento, pero que cambia el sentimiento interno de un miembro, y a la simple posición vertical le otorga el premio de un esfuerzo victorioso. 
Localizado probablemente en la piel, pero sentido como la supresión radical de un miembro y presentando al cerebro sólo imágenes de miembros filiformes y algodonosos, lejanas imágenes de miembros nunca en su sitio. La suerte de ruptura interna de la correspondencia de todos los nervios.

Un vértigo en movimiento, una especie de caída oblicua acompañando cualquier esfuerzo, una coagulación de calor que encierra toda la extensión del cráneo, o se rompe a pedazos, placas de calor nunca quietas. 
Una exacerbación dolorosa del cráneo, una cortante presión de los nervios, la nuca empeñada en sufrir, las sienes que se cristalizan o se petrifican, una cabeza hollada por caballos.

Ahora tendría que hablar de la descoporización de la realidad, de esa especie de ruptura aplicada, que parece multiplicarse ella misma entre las cosas y el sentimiento que producen en nuestro espíritu, el sitio que se toman. 
Esta clasificación instantánea de las cosas en las células del espíritu, existe no tanto como un orden lógico, sino como un orden sentimental, afectivo.
(Que ya no se hace): 
las cosas no tienen ya olor, no tienen sexo. Pero su orden lógico a veces se rompe por su falta de aliento afectivo. Las palabras se pudren en el llamado inconsciente del cerebro, todas las palabras por no importa qué operación mental, y sobre todo aquellas que tocan los resortes más habituales, los más activos del Espíritu.»


· Antonin Artaud.

3.2.15

De Rayuela.



«Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.»


· Julio Cortázar.

29.1.15


«Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del templo.

Un canto que atravieso como un túnel.»


· Alejandra Pizarnik.

27.1.15

Del Libro del Desasosiego III


«Pero la exclusión, que me he impuesto, de los fines y de los movimientos de la vida; la ruptura, que he procurado, de mi contacto con las cosas —me ha conducido precisamente a aquello de lo que yo procuraba huir. Yo no quería sentir la vida, ni tocar las cosas, sabiendo, por la experiencia de mi temperamento al contagio del mundo, que la sensación de la vida era siempre dolorosa para mí. Pero al evitar ese contacto, me he aislado y, al aislarme, he exacerbado mi ya excesiva sensibilidad. Si fuese posible cortar del todo el contacto con las cosas, le iría bien a mi sensibilidad. Pero ese aislamiento total no puede efectuarse. Por menos que yo haga, respiro; por menos que actúe, me muevo. Y, así, al conseguir exacerbar mi sensibilidad mediante el aislamiento, he conseguido que los hechos mínimos, que antes nada, incluso a mí, me harían, me hiriesen como catástrofes. He equivocado el método de fuga. He huido, mediante un rodeo incómodo, hacia el mismo lugar en que estaba, con el cansancio del viaje sobre el horror de vivir allí.

Nunca he encarado el suicidio como una solución, porque odio a la vida por amor a ella. Me ha llevado tiempo convencerme de este lamentable equívoco en que vivo conmigo mismo. Convencido de él, me he quedado desazonado, lo que siempre me sucede cuando me convenzo de algo, porque el convencimiento es en mí, siempre, la pérdida de una ilusión.

He matado a la voluntad a fuerza de analizarla. ¡Quién me volverá a la infancia de antes del análisis, incluso de antes de la voluntad!

En mis parques, sueño muerto, la somnolencia de los estanques al sol alto, cuando los rumores de los insectos se aglomeran en la hora y me pesa vivir, no como una angustia, sino como un dolor físico por concluir. Palacios muy lejos, bosques absortos, la estrechez de los paseos a lo lejos, la gracia muerta de los bancos de piedra para los que han sido: pompas muertas, gracia deshecha, oropel perdido. Anhelo mío que olvido, ¡ojalá pudiera recuperar la amargura con que te he soñado!»


· Fernando Pessoa.

26.1.15



«Si supiera qué lejos estoy de los nombres y de las palabras, de la verdad, de la mentira, del cansancio, de la monotonía. Si supiera que no me importa morir así como no me importa vivir porque estoy ya muy cansada de mi enfermera y mi guardiana, de curar a la lejana que soy, a la evadida que me fui, a la maravillosa enamorada más sutil que el viento, detenida ahora por algún pecado insoluble, en su sitial de noche y desgracia, hermanada a la melancólica soledad de un lugar blanco y pétreo donde ella llora su amor inexplicable.»


· Alejandra Pizarnik.



«La soledad no es estar parada en el muelle, a la madrugada, mirando el agua con avidez. La soledad es no poder decirla por no poder circundarla por no poder darle un rostro por no poder hacerla sinónimo de un paisaje. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.»

· Alejandra Pizarnik.

19.1.15

L'obscurité des eaux



«Escucho resonar el agua que cae en mi sueño.
Las palabras caen como el agua yo caigo.
Dibujo en mis ojos la forma de mis ojos,
nado en mis aguas, me digo mis silencios.
Toda la noche espero que mi lenguaje logre configurarme.
Y pienso en el viento que viene a mí, permanece en mí.
Toda la noche he caminado bajo la lluvia desconocida.
A mí me han dado un silencio pleno de formas y visiones (dices).
Y corres desolada como el único pájaro en el viento.»


· Alejandra Pizarnik.

9.1.15

Del Breviario de los vencidos (II).


«Estás inmóvil y esperas. Te estás esperando. Pero, ¿qué vas a hacer contigo? ¿Qué te vas a decir, rodeado como estás de tanto no-decir?

¿Qué pasa a través del silencio? ¿Quién pasa? Es tu mal que está pasando a través de ti, fuera de ti, es una omnipresencia de tu misterio negativo.

¿Piensas en lo que quieres ser? Tus pesares no tienen futuro. Ni ningún futuro es tuyo. En el tiempo ya no tienes cabida; en el tiempo yace el horror.

Y entonces te vas. Al marcharte te olvidas. Y en tu caminar eres otro y siendo, ya no eres.»

· Emil Cioran.

Del Breviario de los vencidos.



«A mis semejantes ya los conozco. A menudo he leído en sus ojos ausentes y vacíos el sinsentido de mi destino o he reposado de mis rebeldías durante las pausas de sus miradas. Pero su angustia no me es ajena. Ellos quieren, quieren, incesantemente. Y como no había nada que querer, mis pies pisaban sus huellas como si fueran espinas, mi sendero serpenteaba por el lodo de sus anhelos y blanqueaba con una inútil aureola su búsqueda vana.

Ellos no saben que el paraíso y el infierno son floraciones de un instante, del instante mismo, que no hay nada más allá de la fuerza de un éxtasis inútil. En su camino de mortales, no he encontrado la parada eterna sobre la bóveda de los instantes.

Veo un árbol, una sonrisa, un orto, un recuerdo. ¿Acaso no existo yo ilimitadamente en cada uno de ellos? ¿Qué otra cosa puedo esperar además de esa visión definitiva, esa incurable visión del relámpago temporal?

Los hombres sufren de futuro, irrumpen en la vida, huyen en el tiempo, buscan. Y nada me hiere más que sus ojos anhelantes, vanos pero desprovistos de vanidad.

Yo sé que todo es final, que solamente existe un instante, cada instante, que el árbol de la vida es un estallido de eternidad, reversible en los actos del ser.

Y, así, ya no quiero nada. A menudo, cuando me encuentro en las noches que erigen los fondos del mundo, ¿cómo saber si soy o no soy? Y, entonces, ¿se puede ser o se puede no ser? O bien, atrapado en las vagas ondulaciones de la música, perdido en medio de ellas, purificado de los azares de la respiración, ¿cómo me parecería a mis semejantes?

[...]

Debo mis esperanzas a las noches. Sobre las alas de la oscuridad, fuera del espacio, solo entre la materia y el sueño, elevo los aromas de la decepción a fragancias de felicidad. Nada me parece imposible en la noche, ese posible sin tiempo. Todo es más que posible, pero el futuro no está. Las ideas devienen pájaros de pensamiento y ¿a dónde vuelan? A una trémula eternidad, como un éter roído por las reflexiones.

… Así he llegado a contemplar el sol con un extraño interés. ¿Qué malentendido llevó a los hombres a robarle sus turbulencias y a transformarlas en algo provechoso? ¿Qué falta de poesía hizo a un astro puro degradarse en monstruo utilitario? ¿No nos hemos acercado todos demasiado humanamente a sus rayos luminosos y, creyéndolos fuente de lo real, le concedimos demasiada realidad? ¿Por qué habremos proyectado la finalidad hasta el mismo cielo?

Yo no sé hasta dónde es el sol. Pero sí sé muy bien hasta qué punto yo ya no soy bajo el sol. Quien a orillas del mar, durante horas seguidas, con los ojos entornados, paralelamente al tiempo, durante la horizontal del sueño y tan fugaz como la espuma sobre la arena dorada, no ha sentido la mezcla de felicidad y de nada de ese derroche de resplandor, ése no conoce ninguno de los peligros que la belleza ha traído al mundo.

Yo creía ser joven bajo el sol y me encontré sin edad. Y si a media noche tenía años, ya no los tenía en el meridión. Todas las edades huyen y permanecen entre el ser y el no-ser, vestigio vibrante en el nihilismo místico de las insolaciones.»

· Emil Cioran.

7.1.15


«abrazando a tu sombra en un sueño

mis huesos se arqueaban como flores»


III



«Voces, rumores, sombras, cantos de ahogados: no sé si son signos o una tortura. Alguien demora en el jardín el paso del tiempo. Y las criaturas del otoño abandonadas al silencio. Yo estaba predestinada a nombrar las cosas con nombres esenciales. Yo ya no existo y lo sé; lo que no sé es qué vive en lugar mío. Pierdo la razón si hablo, pierdo los años si callo. Un viento violento arrasó con todo. Y no haber podido hablar por todos aquellos que olvidaron el canto.»


· Alejandra Pizarnik.

6.1.15

El barco embriagado




En tanto descendía por impasibles ríos,
dejé de sentirme guiado por los remolcadores:
pieles rojas vocingleros, para hacer puntería,
les clavaron desnudos en cipos coloreados.

No me importaban nada todas las dotaciones,
lleven trigo flamenco o algodón inglés:
cuando con los sirgueros se acabó el alboroto,
los ríos me dejaron a gusto descender.

Por los furiosos chapoteos de las mareas,
el otro invierno, más sordo que el cerebro de un niño,
¡corrí! Y las penínsulas desamarradas
jamás han soportado juicio más triunfal.

La tempestad bendijo mis marinos desvelos.
Más ligero que un corcho por las olas bailé,
y las llaman eternas arrolladoras de víctimas.
¡Diez días de nostalgia del ojo de los faros!

Más dulce que a los niños las manzanas acedas
penetró el agua verde en mi casco de abeto
y las manchas azules de vino y vomitonas
me lavó, dispersando mi timón y mi ancla.

Desde ese momento, me bañé en el poema
del mar; lactescente, infundido de estrellas,
devorando azul verde, en el que flota a veces
pálido y satisfecho un ahogado pensativo.

¡Transformando de pronto el azul en delirios
y ritmos lentos bajo la rutilación del día
más fuertes que el alcohol, más que las liras amplios,
fermentando las rojeces amargas del amor!

Sé de cielos que estallan en rayos; sé de trombas, 
resacas y corrientes: ¡sé de la noche y del alba
exaltada igual que un pueblo de palomas,
y he visto algunas veces, lo que el hombre creyó ver!

¡He visto el ocaso, manchado de horror místico,
el sol iluminando coágulos violeta,
igual que los actores de los dramas antiguos,
las olas rodar lejos con temblor de muaré!

¡Soñé la noche verde de nieves deslumbrantes,
besos que suben lentos a los ojos del mar,
las savias inauditas correr, y el despertar
amarillo y azul de fósforos cantores!

¡Seguí durante meses, como un ganado histérico,
viendo asaltar las olas los firmes arrecifes
sin pensar que los pies luminosos de las Marías
pudiesen bridar el morro de los océanos asmáticos!

¡He embestido, sabéis, increíbles Floridas,
ojos de pantera con piel humana, mezclando
a las flores! ¡Arcos iris tendidos como riendas
bajo el horizonte marino, a glaucos rebaños!

He visto fermentar los enormes pantanos,
trampas en cuyos juncos se pudre un Leviatán;
derrumbarse las aguas en medio de bonanzas
en abismos lejanos cayendo en catarata.

Glaciares, soles de plata, olas de nácar, cielos de brasa,
zabordas odiosas al fin de oscuros golfos,
donde sierpes gigantes por chinches devoradas,
de árboles torcidos caen entre negras fragancias.

Hubiese querido enseñar a los niños, en las olas
esos peces de oro, esos peces cantores. 
—Las floridas espumas han merecido mis fugas
y el inefable viento me ha prestado sus alas.

Mártir cansado a veces de polos y de zonas,
el mar cuyo sollozo mi balanceo amaina,
me alzó su flor de sombra de amarillas ventosas;
pero yo seguía, como mujer, de rodillas...

Casi una isla, de mi borda quitaba las querellas
y los excrementos de pájaros cantores de ojos rubios
y bogaba en tanto que por mi endeble cordaje
descendían los ahogados a dormir, reculando.

Y yo, barco perdido en la maraña de las algas,
lanzado por el huracán contra el éter sin pájaros,
y a quien los monitores y veleros del Hansa
no hubiesen salvado el armazón, embriagado de agua;

libre, humeante, manchado de lunulas eléctricas,
tabla loca, escoltada por hipocampos negros,
cuando los Julios hacían desplomar a bastonazos
los cielos ultramarinos de ardientes tolvas;

yo que temblaba oyendo gemir a cincuenta leguas,
el celo de los Behemots y los Maelstrons espesos,
hilandero eterno de inmovilidades azules,
siento nostalgia de la Europa de viejos parapetos.

¡He visto los archipiélagos siderales! Islas
en las que los cielos delirantes están abiertos al viajero:
—¿Es en estas noches sin fondo que tú duermes y te destierras,
millón de pájaros de oro, oh futuro vigor?

¡Pero, de verdad, lloré demasiado! Las albas son desoladoras.
Toda luna es atroz y todo sol amargo:
El acre amor me ha hinchado de torpes embriagueces.
¡Oh, que mi quilla estalle! ¡Oh, que me hunda en el mar!

Si deseo el agua de Europa, es sólo el charco
negro y frío donde, en el crepúsculo embalsamado
un niño agachado lleno de tristeza, suelta
un frágil barco, como mariposa de Mayo.

Bañado por vuestras languideces, no puedo ¡oh olas!
arrancar su estela a los portadores de algodones,
ni traspasar el orgullo de las banderas y los gallardetes,
ni nadar bajo los ojos horribles de los pontones.

· Arthur Rimbaud.